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HERENCIA FRÍA: PIELETILINA

HERENCIA FRÍA: PIELETILINA

Al fin he conseguido entrar a la casa de mi abuela fallecida. ¡Al carajo la herencia! Sé que no me dejó ni un centavo, así que venderé sus pertenencias. Soy uno de los tres que desheredó mi abuela, esto me complace porque comparto mi odio.

Si a alguien molesto con esto será a mis estúpidos hermanos, los consentidos. Y no creo que les importe lo que voy a hacer. Pero por las dudas, haré esto ahora que están de viaje.

De no haber sido por una puerta que no pude abrir, que ni del contenido ni hablamos, hubiese sido el mejor día de ventas en mi vida. Fue mi deseo creer que ahí estaba lo más valioso. Si no, ¿por qué estaría asegurada con tantos candados? Y es que mi abuela no me conocía del todo bien: que a mí nada me detiene.

Al fin conseguí que don Simón, el cerrajero, viniera a quitar esos candados. Lo que me cobró no se comparaba con que iba a ganar. ¡Bueno, pues a buscar!

El día se fue rápido y nada productivo. Había demaciadas muñecas y peluches feos, acomodados de la única manera en la que mi abuela se le ha ocurrido: eran varios grupos de muñecas y muñecos de trapo, porcelana, plástico y de no sé que más material, en posturas como si fuesen familias listas para una fotografía. ¡Tonterias!

Con el clima frío, ¡helado!, me iba a ser imposible indagar a profundidad. Con la iluminación correcta y una calefacción apropiada, fui encontrando relojes de bolsillo, collares de perlas, pulseras de oro, ¡ahora sí hablamos de negocios!

¿Y las muñecas y peluches? ¡Al demonio! Mi nuevo amigo, Jorge y mi novia, Alicia me ayudaban a embolsar todo eso. Mientras yo embolsaba rápido, Alicia leía algo en las muñecas.

-¡Date prisa!- le grité a Alicia- Quiero ganar mucho dinero.

-Espérate, hombre. Que estoy guardando a la familia Ñuñez en una sola bolsa.

-Estás loca, de veras- le dije, mientras seguí con lo mío.

Yo ya iba por el segundo grupo. Malditas muñecas de trapo, estaban amarradas o atoradas entre sí porque al coger una, las demás iban aferradas de las manos. Se hicieron una hilera interminable. Las tuve que meter a patadas.

-¿Las de porcelana las vas a guardar en cajas?- me preguntó Jorge.

-No, en bolsas. No léase que se rompan.

-Parecen valiosas.

-Entonces tú encárgate de estas cosas y yo de lo valioso.

Jorge batalló en meter las muñecas a la bolsa, tan desesperado que es él que ya no metía las muñecas, las aventaba con rabia tonta. Llegó un momento en que se le atoraron las muñecas en la pierna, como si quisieran abrasarlo. Ahora sí estaba furioso, jaló tan fuerte las muñecas que nomás se ecuchó como se rasgaba la tela, cosa que no me importó, solo me reí de él.

-Miren este muñeco feo- nos dijo Jorge, mostrándonos el muñeco al que se le han roto los brazos y que tenía una cara como si gritara-. Se ve que le dolió perder sus brazos.

Alicia me ayudó a acomodar las muñecas de porcelana. Y ella se dedicó a leer una etiqueta en el interior de la ropa de éstas.

-¿Vas a seguir con lo mismo?- le reclamé.

-Es que mira, éstas son la familia Bustamante. Osea que deben ir en una sola caja.

-No jodas. Mira, mejor tú has esto y yo guardo aquellos monos más feos.

Ahora sí parecía que avanzabamos deprisa, cada quien haciendo un trabajo por separado. Nada me podría poner más de nervios ese día, más que el ruido de la porcelana valiosa rompiéndose.

-¡Ahora que pasó, Alicia!

-¡Perdón! Se me resbaló. ¡Ya, tranquilo!

-Nomás quiero que esa muñeca no sea una pieza importante de la colección. Por que sí es así, me la vas a pagar, Alicia.

-¡Ya estuvo bueno! Quédate con tus estúpidas muñecas. Bye.

-¡Ven acá!- le dije furioso, mientras le robaba un beso y le daba un abrazo estrujante, hasta la giraba en el aire. Alicia me cacheteó y la corretee hasta la puerta, en donde Jorge no nos viera, para seguir acariciándola en todo su cuerpo. Siempre fue muy fuerte, hasta casi me tumba al empujarme-. En serio me debes dinero, o una noche de sexo o con tu vida, tú elije. ¡Y ya sabes que sí cumplo mis amenazas!

Odio todo, hasta el polvo. Casi hemos terminado. Me faltaban las, en verdad, más feas muñecas de plástico. Yo siempre odié el plástico con el que estan hechos los juguetes. Y más hoy, teniendo a este grupo de muñecos tan sonrientes.

-¡Jorge, mira esto!- le llame la atensión mientras yo encendía mi mechero y le pasaba fuego por la boca a uno de esos muñecos sonrientes.

Yo fui tan feliz al ver como se le desfiguraba el semblante.

-¿Por qué esa cara larga?- le pregunté al muñeco que ahora tiene una cara triste.

Con la lluvia de dinero cayendo en mis manos, estoy planeando a dónde irme de reventón, y con cuál amiga-novia, pues Alicia seguía enojada conmigo. Desde que rompió la mendiga muñeca esa, no me ha vuelto a hablar. ¡Nah! Ella se lo pierde.

La alarma de las 4am nos despertó a Leticia... Alicia... María, o como se llame, y a mí. Debíamos estar listos para nuestro vuelo de la 6:30 para Hawái.

-¡Huy! Vámonos, Alberto precioso.

-¡Vámonos, glúteos ricos!

Ella abrió la puerta, un hombre le bloqueó el paso y preguntando:

-¿El señor Mario Alberto Estrada?

-A sus ordenes- dije mientras empujaba a la amiga-novia de turno.

-Debe acompañarme.

-¿Por qué?

-Su novia, Alicia, ha muerto hoy en la madrugada.

Junto a mi abogado, estube discutiendo un plan que me liberase de cualquier culpa.

-Ok, ok. Escuchemos lo que nos deben decir, yo tejo eso para que quedes exonerado.

Un detective, o algo así, entró al cuarto donde estábamos.

-Cuénteme a detalle lo que pasó la tarde en la que se vieron por última vez.

-Pues estábamos acomodando unas muñecas en bolsas y cajas. Alicia se encargaba de guardar las de porcelana y de pronto se le cae una, rompiéndola, y yo le reclamo. Ella se enoja y se va. Eso es todo.

-Su amigo, Jorge Pérez Arteaga, dijo que usted le gritó: "no quiero que esa muñeca sea una pieza importante de la colección. Si es así, me la vas a pagar, Alicia." Y que cuando Alicia estaba a punto de irse, usted la estrujaba tan fuerte que hasta ella se quejaba. Y que luego le gritó: "Sabes que me debes dinero o sexo o con tu vida, Tú eliges. Y sabes que sí cumplo mis amenazas"

-Sí la estrujaba y sí le dije eso, pero de broma. Alicia y yo así jugabamos.

-Y la familia de la muchacha argumenta que últimamente han tenido disputas por muchos motivos: infidelidad, ataques de isteria, actos hechos principalmente por usted.

-Jorge y yo tenemos poco tiempo de ser amigos, así que no nos conocía lo suficiente para entender que Alicia y yo jugabamos brusco. Y si a esas vamos, Jorge es algien que se vuelve loco con facilidad. Deberían de detenerlo también.

-Momento- interrumpió mi abogado- ¿De qué murió Alicia? ¿Y qué tiene que ver cómo la estrujaba?

-Los huesos de su cadera y cintura se fueron rompiendo, seguramente, a causa de de los abrazos bruscos que usted, señor Estrada, le dio. El personal no se da abasto con los estudios médicos y forenses para dar explicaciones de cómo le ha triturado los huesos.

-¡Mentira! Mi cliente no tiene la suficiente fuerza como para romper huesos, menos triturarlos.

-Es lo que tenemos por ahora. Los familiares de Alicia, afirman que ella llegó ese día a su casa quejándose de fuertes dolores de espalda y cadera, la internaron en el hospital, contando poco a poco los hechos. Los medico indicaron que los trozos de huesos le provocaron heridas internas masivas.

Mi abogado es el mejor, logró que me dieran arresto domiciliario. Nada malo, mi mansión tiene todo: cancha de tenis, pista para GO-KARS, alberca termal, cine, un pasadizo secreto para que entren mis amigas-novias. ¡De todo!

Una tarde, Jorge interrumpió mi mejor partida de póker al desnudo con mis amigas.

Jorge y su abogado querían que le pagase por el silencio de él. Lo acepté sin miramientos.

-Aquí tienes, dinero contante y sonante.

-¡Gracias!

-Pero si sigues diciendo cosas malas sobre mí, te mandaré a matar- amenaza que concluí con una carcajada.

Nuevamente estaba en aquel cuarto dónde me interrogaban y me acusaban con argumentos de tontos. Ahora resulta que a Jorge lo han encontrado con los labios cosidos con hilo, la garganta rellena de algodón; y para rematar, dicen que sus brazos fueron arrancados y luego puestos en su lugar cosidos con hilo.

La cosa sí que se tornaba mal. Me encerraron, en mi propia celda con servicio de internet, con una pantalla plana y señal satelital, sí, pero enjaulado. Mi abogado me dijo que resolvería todo esto, pues eran acusaciones con las que no había argumentos firmes que me vinculen para nada.

Esta historia jamás pudo ser terminada, pues al tercer día de su encarcelamiento, Mario Alberto fue encontrado muerto: su rostro fue derretido y su quijada fue estirada hasta su pecho, su expresión era más triste que asustado.

Cuando lo iban a subir a la camilla, parecía un maniquí, por su piel de polietileno. Estando frente a su computadora y escribiendo mensajes a una amiga, en uno se lee:

"No se preocupe, mi reina. Prontto sallldré dee esttaa poocilga yy ahoraa sí nooos iremooss a Hawái. Perdonna mi mooddo de escriiibir, peeero miis dedos se paaaralizannn. Sieennto quue misss brrrazooss no me responnnden bieen porquee noomás suuben y baajjan; mi cabeezaa ya nooo la puuedo levaanntar o agaacharr, solo la pueedo mover a loos lados; yaa la coomida no mee sabe a nada"

Doña Carmen, abuela de Mario Alberto, había cumplido con su primera maldición. Quedando dos más.

CONTINUARÁ

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